Luis Felipe Lomelí reseña Guapo

GUAPO

Miguel Yarull. Guapo. La Pereza, 2023, 217 pp.

Por Luis Felipe Lomelí

 

Una novela rápida, violenta. Tres días donde todo cambia en Santo Domingo durante 217 páginas que se van de una sentada. Guapo es esa novela que todo escritor latinoamericano quería leer en los 90s pero que no existía; que nadie se atrevió a escribir o que, si la escribió, nadie se atrevió a publicar. Guapo tiene esas dosis de nostalgia precisa para todos aquellos que ya somos viejos y nos seguimos sintiendo jóvenes; y también para todos aquellos que sí son jóvenes y que encuentran en la última década del milenio pasado las referencias idóneas de una rebeldía anhelada. El Grunge, el rock noventero en inglés, Palahniuk, Crash (la de J.G. Ballard, por supuesto), los raves y las pastillas. Guapo es esa violencia del macho que está a mitad de todos los mundos: es cosmopolita y ranchero (insular), es high class con educación castrense, está entre Radiohead y Leo Dan —o Alberto Cortez y el merengue—, entre el Caribe y Europa, entre América y Tokio, entre la tecnología de punta importada desde los Estados Unidos y hanguear en la calle con la clica del barrio al salir de la escuela. Guapo es todo eso y más.

Guapo cuenta la historia de David, el hijo de un general dominicano de origen campesino que se ufanó en vida de haber cumplido cabalmente con su deber de torturar y asesinar a miles de comunistas “por el bien del país”. Pero su padre ha muerto. Ahí comienza la novela: con el mismísimo funeral. Y la madre de David proviene de una esas familias, tan comunes en nuestra América, que tienen cierta alcurnia rancia venida a menos y han aprendido a callar todo exceso con tal de mantener alguna suerte de status económico. De modo que David no sólo es mestizo, es el rubiecito de la familia, el consentido de mamá que toma clases de violín ante el horror y el asco paterno. Un chico delicado hasta que prueba que no sólo es capaz de sobrevivir solo en la cañada, en el monte, sino que también se deleita con las mieles de la impunidad (ser hijo de un general confiere hartos privilegios). Entonces todo cambia. Entonces viene ese caudal, esa creciente de testosterona y adrenalina que lo arrasa todo: ese espíritu noventero de ir en búsqueda de la muerte para encontrarle algún sentido a la vida. Y explota. Guapo es todo eso y más.

Miguel Yarull, el autor de esta novela, tiene experiencia cinematográfica y vena poética. De modo que, en medio de la efervescencia de este aparente caos, están las pausas justas para retratar la transformación de una ciudad y de una sociedad en los últimos treinta años: sus contradicciones y su belleza, sus luchas sociales y su entreguismo, sus sueños y su desdén. Y este retrato va más allá de ser sólo de Santo Domingo para ser también Buenos Aires o Ciudad de México, Bogotá o Lima. Guapo es un exceso. Por lo tanto —sí, por supuesto— Guapo es también una novela incómoda para todo aquel que busque leer con afán de hallar algún tipo de moraleja con la que ya comulgaba anteriormente. Guapo es una venganza: David regresa, después de años de haber sido echado del país por su propio padre, para recobrar lo que es suyo.

Pero lo que es suyo ya es otra cosa. Los niños dominicanos ya no sueñan con ser beisbolistas sino con ser Leonel Messi. La teología de la liberación ha sido cambiada por un aspiracionismobarato que, sin embargo, es insaciable. El hedonismo cínico ha sido suplantado por un puritanismo fantoche, aséptico, que busca neutralizar cualquier tipo de violencia espontánea a través de la violencia sistematizada.

Y David lo odia todo. Lo ama todo. Intenta serlo todo al mismo tiempo. Guapo es todo eso y más.

Miguel Yarull